COSTUMBRES FAMILIARES “DEL TIEMPO DE LA YAPA”
Las visitas
A excepción del madrugón para la misa obligatoria, las actividades propias del domingo tenían connotaciones de carácter familiar y social, distantes todas ellas del supuesto descanso advertido por el Supremo Hacedor.
Rigiéndonos por los esquemas de la familia patriarcal, dábamos cumplimiento al ritual casi sagrado de concentrarnos alrededor de los abuelos. Hijos, nueras, nietos, primos, tíos, todos cabíamos en aquellos espaciosos caserones de tapial que propiciaban el encuentro semanal, durante el cual aprendíamos a reconocer nuestros lazos de sangre y nuestro origen.
Las mesas se engalanaban con ravioles de Corsiglia, hayacas con pollo, viandas rociadas con vino de Péndola y Lanata. Para el postre, leche espuma, dulce de higos, manjar o torta de camote. Comíamos, discutíamos, festejábamos o lamentábamos. Todo al amparo de los mayores. Y cuando los temas se ponían color de hormiga… ¡Los niños a jugar!
Porque las opciones de escuchar y ser escuchados dependían de la edad, del tamaño y del timbre de voz que a los gritones favorecía desde chiquitos. De lo contrario había que saber esperar; pues el Código de menores y los Derechos del Niño constituían utopías y a los adultos les hubiese provocado risa que un muchachito o muchachita afanasen protestas, intentando quedarse para hacerse respetar.
En cambio, la sobremesa aportaba ocasiones de general atención, cuando en la reñida competencia de aptitudes – todavía no deformados por influyentes arquetipos de la televisión – los niños recitadores, cantores, bailadores e intérpretes de varios instrumentos éramos las estrellitas de la reunión familiar, que se prolongaba dejando casi siempre el sabor agradable del tiempo compartido y el efecto enraizado en el centro del corazón.
A la hora del café
Alrededor de las cinco, cuando la tarde empezaba a refrescar, salíamos a hacer visitas a los padrinos y amigos, o nos preparábamos para acogerlos en nuestro hogar, ofreciendo y recibiendo esa amalgama preciosa que obtiene al mezclar dosis justas de aprecio y sinceridad entregada sin cálculo ni reserva. Despreocupados de las apariencias, disfrutábamos la taza de café pasado, rosquistas chifles, jalea casera de guayaba, galletas de soda, cepitas de rompope y la gratísima conversación de personas allegadas. De ese modo, íbamos introduciéndonos en las escenografías de cada casa, las mismas que al paso de los años llegábamos a identificar con la confianza que otorga la verdadera amistad.
A pesar del comején y los estragos del tiempo, muchas viviendas de madera y tapial de antigua arquitectura, con fachadas recubiertas de yeso carbón y barro se mantenían dignamente en pie.
Muebles, jarrones, cuadros, retratos, espejos y más objetos de adorno se atesoraban con esmero en homenaje al pasado al pasado o al esfuerzo que había costado adquirirlos poco a poco. Nadie hablaba de precios ni de marcas y las antigüedades no se compraban puesto que formaban parte del legado ancestral.
Las familias cultivaban sus relaciones sociales y una de las maneras de lograrlo era a través de esas visitas dominicales de las que participaban madres, padres e hijos, sin temor a perderse el programa de la tele, el partido de fútbol o la reunión con la “masa” para salir a vacilar.
La tertulia Dominical
En las visitas se intercambiaban vivencias, recuerdos chismes, chistes. Se jugaba cuarenta a poker, se comentaba acontecimientos sociales, artísticos y políticos y se hacía tertulia literario musical, contando muchas veces con la presencia de autores, poetas, compositores, amigos de los anfitriones, cuyos salones constituían generosos espacios, para fomentar el progreso cultural de la ciudad. Los salones de las casas se transformaban los días domingos en escenarios para disertaciones, conciertos y recitales donde muchos artistas y creadores lograron sus primeros aplausos recibiendo estimulantes comentarios. En otros casos, sus mismos dueños oficiaron de mecenas para impulsar valores que alcanzaron gran renombre.
Ahora ya no hay tiempo
La tertulia peruana se fue extinguiendo cuando el liderazgo social cambió de manos. Los domingos son días de fútbol o de alcohol. Las visitas, encuentros de viejos aburridos. Y de las reuniones familiares nadie quiere hacerse si no hay “empleada doméstica” que acepte un domingo lavar los platos… Tampoco abuelitos que pasen el día en la cocina preparando almuerzo para todo el batallón. Por eso no es nada raro que entre los parientes nos desconozcamos. Que de los amigos desconfiemos. Somos parte de una sociedad que en la prisa por hacer dinero se ha quedado sin tiempo para el cultivo de la sensibilidad y equivocando perspectivas vive pagando altos precios por la engañosa quimera de la felicidad. Este es un tema que me gustaría seguir tratando, cuando alguien me venga a visitar…
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